viernes, 27 de septiembre de 2013

EL ORIGEN DEL PODER


Desde el principio de la humanidad el poder de los que lideraban a la tribu devino en el poder político, y el poder de las creencias sobrenaturales y sus exegetas o chamanes, se transformó en el poder religioso. Estos dos estuvieron siempre íntimamente ligados por conveniencia reciproca. En tales condiciones, la asociación de los dos poderes iniciales poco a poco generó “los intereses creados” por la codicia latente en la mente de las personas y sus motivaciones recónditas, dando lugar así a un tercer poder: el económico, que se convirtió en el gran motor del “desarrollo” y la fuente financiera de los otros dos; “los rico hombres” como se les llamaban en la Castilla de Carlos I. 

Desde el principio también, se fue creando una simbiosis entre los tres poderes, benéfica para el fortalecimiento y para la subsistencia de ellos mismos, pero que históricamente ha resultado perniciosa para la sociedad y ésta característica perdura hasta la actualidad, a pesar de la reforma del Estado moderno consolidado a finales del siglo XVIII. La separación de poderes del gobierno del Estado, de la cual nos hablaba en su teoría Charles-Louis de Montesquieu; para que hubiera sido efectiva, real; debió haberse complementando con la separación de estos poderes originales: el poder político, el poder religioso y el poder económico, con el objeto de que cada uno actué en su ámbito exclusivo en forma autónoma, independiente y esté regido por las leyes y precisamente; para que el único poder legitimo: el poder político del Estado, pueda cumplir su función benéfica a la sociedad para lo que, en teoría, fue creado. Prevaleciendo éste, única y exclusivamente como poder, reglamentada su función por las leyes constitucionales dentro del Estado de derecho. Porque el poder económico de facto, como tal y sin límites; es el peor de los monopolios existentes en el campo de la economía. Y el poder religioso también de facto; es pernicioso por ser contrario a la esencia misma de la religión, miente para controlar a sus fieles y se contrapone a la libertad de creencias a que todo ser humano tiene derecho y falta a la condición de laicidad del Estado moderno. Además este poder ha sido un efectivo instrumento de sujeción y manipulación de las conciencias individuales, a través del terrorismo y el fanatismo religiosos. Aunque así se hayan iniciado; siempre la mezcla y liga de la religión y de la política han resultado letal para la sociedad y para el sano devenir de los pueblos.


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